En nuestro país, la explosión popular tardó en aparecer, en función de las ilusiones sembradas en 10 años de un gobierno que se dice de “izquierda”, pero cuya principal preocupación es apalancar el capitalismo brasileño.
Aquí, la fascistización del Estado se acentúo para que el país acoja “en paz” al nuevo Papa y los megaeventos (Copa Confederaciones y Mundial, Juegos Olímpicos).
Es evidente que el aumento de las tarifas fue sólo una chispa para un movimiento que tiende a crecer y que tiene raíces en una insatisfacción sistémica. Tuvo el mismo efecto catalizador que los árboles de la plaza Taksim, en Turquía. Pero en la raíz de la indignación está el desmantelamiento de la salud y la educación, las privatizaciones, la brutalidad policial, la corrupción, la injusta distribución de la renta, la inflación, la precarización del trabajo, la falta de perspectivas para la mayoría de los jóvenes y, sobre todo, el sentimiento de traición del gobierno y la farsa de la democracia burguesa.
No fue gratuita la pitada a la Presidenta en la inauguración de la Copa Confederaciones y la aparición de una nueva y vigorosa bandera para las manifestaciones. Tratándose el fútbol de un deporte muy popular en Brasil, se hace más evidente la vocación capitalista de este gobierno, que promueve, a través de un Ministro de Deportes que se dice “comunista”, la privatización de los estadios y de la propia selección brasileña (patrocinada por una banco y una fábrica de bebidas) y la elitización del acceso a los estadios, haciendo del fútbol una mercancía de lujo.
Pero es importante llamar la atención sobre las raíces de los problemas que nos llevan a la indignación y no sólo a las causas. Cuanto más capitalismo, más injusticia, más exclusión. El centro de la lucha tiene que ser contra el sistema capitalista y por una sociedad socialista.